• viernes, 29 de marzo de 2024
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PAMPLONA

La última tarde de bares en Pamplona: “A mí personalmente me hunde, me mandan al ERTE y ya veremos cuándo cobro"

Las medidas impuestas por el Gobierno de Navarra obligaron a cerrar los bares a medianoche y dejan la hostelería en una situación límite

Los establecimientos hosteleros cierran las puertas tras las nuevas restricciones por la segunda ola del coronavirus. MIGUEL OSÉS
Los establecimientos hosteleros cierran las puertas tras las nuevas restricciones por la segunda ola del coronavirus. MIGUEL OSÉS

Roberto Recasens estira el brazo y coge un rollo de papel albal de la estantería. Acto seguido, enrolla un frito de huevo y lo entrega al otro lado de la barra antes de salir a la calle San Nicolás. Además de servir a los clientes, desde hace unos meses, el propietario de la vermutería Río desinfecta también las tres mesas de la terraza y ordena la cola de clientes que quieren acceder al local.

El cierre total de los bares y terrazas a partir de la madrugada de este jueves, anunciado este lunes por la presidenta Chivite, le pilló “por sorpresa”, como a tantos otros, justo una semana después de que el Gobierno de Navarra hubiera reducido horarios y limitado aforos. Ahora se siente “triste” y “preocupado por los trabajadores que, “por cómo está el SEPE, tardarán en cobrar”.

Recasens tiene claro qué cerrará completamente porque repartir huevos “no es rentable” (en referencia a los envíos a domicilio) y sostiene que los políticos han buscado culpabilizar a la hostelería sin esperar los resultados de las últimas medidas. “Ha sido una cacicada”.

No lo dice, pero la última tarde de trabajo le requiere en un local que amanecerá cerrado y con el característico contador de la pared sin actualizar como marca la tradición. Precisamente, es cada mañana cuando la caja registradora señala los fritos de huevo vendidos el día anterior. Hoy, después de mucho tiempo, no subirán al marcador.  992.338 hasta nuevo aviso.

Fátima recoge sus pertenencias en el interior de la caseta de ONCE en la Plaza del Castillo. FERMÍN TORRANO

Antes de llegar a la Estafeta, una sombra delata a Fátima. Rubia y escondida detrás de una mascarilla KN95, esta vendedora de la ONCE en el corazón de la ciudad recoge sus pertenencias en un bolso negro antes de levantar la cortina para atender al que, piensa, es el último cliente: “¿Lo de los bares? Pues fatal, qué te voy a decir, ahora solo comprará el que pase justo por aquí”.

Además del descenso generalizado de movimiento en la calle, Fátima subraya que los bares son negocios que venden también números de lotería de Navidad lo que, supone, provocará una caída en la participación del sorteo de este año.

HIPOTECA PAGADA

Ya en el otro lado de la Plaza del Castillo, Javier Aranguren tira una caña en el interior de la cervecería Txirrintxa. A sus 61 años, lleva 46 cotizando a la seguridad social, los últimos seis sirviendo vinos y pinchos en esta esquina de Estafeta. Este jueves se va al ERTE. Sin embargo, confiesa que, a diferencia de otros en el sector, él tiene suerte: “Yo tengo familia, pero la hipoteca está pagada y los hijos son mayores”.

Observando el establecimiento casi completo, desde una barra prácticamente vacía, Aranguren pide una croqueta de hongo a la cocina mientras cuenta que hace meses decidió su futuro: “Me jubilaré en mayo de 2022. Al 70% o con los dos años de paro, pero podré aguantar”.  

Javier Aranguren, camarero del bar-cervecería Txirrintxa, cobra a una clienta la noche antes de ir al ERTE. FERMÍN TORRANO

El veterano trabajador adelanta que no acudirá a la concentración en la Plaza del Castillo de las 22 horas, su mujer le espera en casa.

En apenas 20 minutos, la calle se ha ido llenando, aunque lejos quedan aquellos miércoles de octubre de 2019 que precedían el lleno asegurado de la siguiente tarde noche. Para pequeños grupos de jóvenes, es la última oportunidad de disfrutar en una terraza con amigos.

Nadie confía en el Gobierno y el tiempo de restricción anunciado. La primera vez que dijeron algo parecido, algunos bares tardaron hasta tres meses en volver a levantar la persiana.

En Navarrería, el moño de Julio César Terrazas López se mueve de lado a lado mientras corta una tortilla de patata. Con humor, le dice a una chica joven que al llevarse los últimos trozos le ha dejado sin cenar. El sudor le cae por la frente a este camarero que apenas lleva seis meses trabajando en el Mesón de la tortilla  y que el miércoles, el último día antes de bajar la persiana,  ha preparado menos comida de la habitual.

 “Esto es un golpe tras golpe y así no se puede levantar cabeza, pero espero que esta vez funcione, resistamos y volvamos a los bares para que la gente se tome su vinico”, manifiesta.

INCERTIDUMBRE

En la puerta de al lado, Armando Leiva, peruano de 37 años, recoge un pedido para Glovo en la Mejillonera. Otro de los repartidores le da un golpe en la espalda para despedirse, mientras él se queja. “Por más que yo quiera ganar dinero –también trabaja en MRW— si hay que cerrar se cierra, pero lo que no puede ser es que hoy esté la gente sin mascarilla, junta y fumando”, suspira, señalando a las personas alrededor de la fuente.

Antes de introducir la bolsa del bar en una mochila de Deliveroo, donde trabajó anteriormente, añade: "Me importa mucho más la salud de mi familia y mis amigos”.

En el interior, Alberto Pardo grita “bravooooo unooooooo”, en uno de los últimos pedidos del día, al mismo tiempo que sirve una ración de mejillones en la barra. El camarero entiende la postura del repartidor, pero se encoge de hombros y espeta: “A mí personalmente me hunde, mañana entro en el ERTE y ya veremos cuándo cobro. Con hipoteca y todo… de verdad, esto a mí me hunde”.


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