• jueves, 28 de marzo de 2024
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SOCIEDAD

La vida de Txomin, testigo de excepción del Fuerte San Cristóbal y la Pamplona de la posguerra

Nacido en Leioa (Vizcaya) en 1921, la guerra le alcanzó a los 15 años, cuando su familia vivía en Las Arenas, un barrio del municipio de Getxo. 

Una antigua foto de Domingo Concepción Solana vestido de militar EFE
Una antigua foto de Domingo Concepción Solana vestido de militar EFE

Su nombre es Domingo Concepción Solana, "Txomin" para la familia y los amigos. Su edad ronda ya los cien años. Su vida, una odisea que le llevó desde los bombardeos en la Guerra Civil en Getxo hasta el servicio militar en Pamplona, incluido un mes de guardia en las garitas del Fuerte San Cristóbal.

Nacido en Leioa (Vizcaya) en 1921, la guerra le alcanzó a los 15 años, cuando su familia vivía en Las Arenas, un barrio del municipio de Getxo. Desde muy joven, él y sus amigos tomaban el tren hasta la estación de Luchana, a las afueras de Barakaldo, y desde allí recorrían unos 20 kilómetros hasta Mungia para comprar huevos y leche en los caseríos de la zona.

"Íbamos andando por el monte, por el 'cinturón de hierro' de Bilbao. Veíamos las trincheras y todo", ha relatado en una entrevista con Efe. Txomin conserva los recuerdos de aquellos años terribles grabados a fuego en su memoria.

En abril de 1937, cuando el grupo caminaba por el monte, oyeron ruido de aviones y el retumbar de los bombardeos. "Oíamos 'bum, bum, bum, bum' y nos metimos en una trinchera". Txomin aguardó a que el bombardeo cesara protegiendo en el regazo la docena de huevos que había comprado ese día. Era el 24 de abril. Dos días más tarde, los aviones de la Legión Cóndor alemana arrasaron Gernika.

El grupo se apresuró a volver a Las Arenas. Cuatro bombas habían caído en el barrio, una de ellas en la casa de la familia de Txomin, que quedó destrozada. "Cuando volví, estaban llorando (sus padres y sus tres hermanas). No se podía ni abrir la puerta. Otra bomba cayó en la carretera. Estuvo ardiendo tres o cuatro días la gasolinera".

Sus padres y sus hermanas pasaron la noche con unos vecinos y Txomin se quedó a guardar la casa: "Le pegué una patada a la puerta y entré. Quité los cristales de la cama y dormí".

A los 21 años, con la guerra ya acabada, Txomin empezó el servicio militar y supo cuál era su destino: Pamplona. Aquellas eran unas "milis" largas. La suya duró 42 meses. "Me tocó la tercera compañía de la América" (el Regimiento América 66), recuerda Txomin, que se alojó en el cuartel de la calle General Chinchilla, en el solar donde ahora se encuentra el Auditorio Baluarte.

En 1942, hacía solo cuatro años de la célebre fuga del Fuerte San Cristóbal, del que huyeron 800 presos (solo tres lograron escapar) y murieron más de 200 en el intento, pero en Pamplona "no se hablaba mucho de eso".

Eran años de escasez y privaciones en la ciudad, aunque "menos que en Bilbao. Aquí había pan blanco y todo". A las tardes, había tiempo para dar vueltas por el Paseo Sarasate y tratar de entablar conversación con las chicas. De vez en cuando, caía un bocadillo de albóndigas en Casa Paco. Los domingos, cine, en el Olimpia, el Alcázar o el Príncipe de Viana.

Fueron muchos los amigos que Txomin hizo en Pamplona en aquella época, entre ellos, uno que se llamaba Fermín Ezcurra. Con los años, su amigo llegaría a ser el director de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona y presidente de Osasuna.

Un año después, Txomin fue nombrado furriel (el cabo que tiene a su cargo la distribución de suministros a la tropa), "en la unidad administrativa, donde estaban los enchufaos", bromea.

Como furriel, Txomin subía todos los días al Fuerte en un carro tirado por un caballo, transportando aceite, garbanzos, alubias, fruta, vino y muchos otros productos. Fue su primer contacto con los reclusos del Fuerte, a los que veía de lejos al descargar el carro: "Los presos me daban miedo, pero, claro, también me daban pena".

Más tarde, le mandaron durante un mes a hacer guardias en las garitas que rodeaban el Fuerte. "Habían siete puestos de vigilancia por todo San Cristóbal", asegura Txomin, que no ha olvidado el miedo que pasaba por las noches: "Igual iba el sargento y había que pedir el santo y seña". Además, "abajo en el pueblo había una tasca y los oficiales subían con chicas de juerga" al Fuerte.

Las condiciones de vida en el Fuerte eran duras, también para los soldados: "Dormíamos en los catres sin colchones, por miedo a los piojos. Dormíamos encima de las tablas. Hacía mucho frío. No había calefacción".

Durante ese mes Txomin observó que "hubo varios entierros de presos", a los que sepultaban "en un cementerio que había fuera de la prisión". Él no sabía entonces que aquél era el conocido ahora como Cementerio de las Botellas, por los recipientes que colocaban entre las piernas del cadáver con su identificación.

No había mucho más que hacer durante ese mes en el Fuerte: "No hacíamos instrucción ni nada, solo las guardias. A veces, bajábamos a las viñas a robar. Todo el monte eran viñas", pero les denunciaron y tuvieron que abandonar sus incursiones furtivas a por uvas.

Txomin veía poco a los presos, en la enfermería o en las verjas. A veces hablaba con ellos, sobre su procedencia, para ver si alguno era de la zona de Bilbao.

Sí mantuvo más relación con un preso de Huarte que cuidaba de los cerdos que había en el Fuerte y que cada día sacaba a los animales a comer al monte Ezcaba, con Txomin vigilándole. Una mañana, el preso "me dijo que iba a cagar" entre unos arbustos y "no aparecía". Txomin nunca olvidará el miedo que pasó pensando en las consecuencias que tendría una fuga del de Huarte, que, ante sus gritos, terminó asomando la cabeza entre las matas.

Una vez licenciado, Txomin se marchó a Bilbao para trabajar en La Naval como electricista de barcos. En 1948, se casó con Vitori en la Iglesia de San Nicolás de Pamplona y se fueron a vivir a la capital vizcaína. Allí, en fiestas, con su primer hijo en brazos, fueron al circo, pero una galerna derribó la carpa. Ambos resultaron heridos y fueron atendidos en el Hospital de Cruces.

Fue la última de sus fatalidades. De vuelta a Pamplona, Txomin entró a trabajar en la fábrica de Imenasa y, junto a su mujer, vivieron durante décadas en el Rincón de San Nicolás, donde criaron a sus tres hijos.

La vida de Txomin, a nuestros ojos, parece excepcional, pero no lo es en absoluto entre esa generación de personas a las que la guerra (ese "monstruo grande" que dice la canción) marcó para siempre, dejándonos un legado de vivencias en las que la alegría trataba de abriese hueco entre carestías y tristezas.


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