• jueves, 28 de marzo de 2024
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SOCIEDAD

Un sacerdote navarro mantiene su fe ayudando a familias necesitadas: "Ahora siento mi iglesia más llena que nunca"

Fernando Villabona Mezquíriz, cura de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, ha estado repartiendo alimentos a personas en dificultades económicas pese al riesgo de acabar contagiado de coronavirus.

El Padre Fernando, natural de de Guerendiain, del Valle de la Ulzama, es cura desde el año 64. PABLO LASAOSA
El padre Fernando, natural de Guerendiáin, en el valle de Ulzama, es cura desde el año 1964. PABLO LASAOSA

Fernando Villabona Mezquíriz entra antes de las 10 horas en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en el barrio pamplonés de la Rochapea. Se prepara para dar la misa diaria. Las campanas suenan. Pero no tiene feligreses delante. Un virus llamado Covid-19 cerró su parroquia. El vacío se perpetúa entre las paredes, pero nada lo detiene.

Sus 70 años en el camino sacerdotal le han establecido una rutina. "Los fieles no están en persona, pero siento mi iglesia más llena que nunca", relata Villabona. Ofrece la misa mientras se imagina a sus asistentes habituales sentados en los mismos bancos de siempre.

El rito de la despedida no invita a su público a acercarse a saludarle, ni a pedirle necesidades individuales. Pero, con la capilla desocupada, los santos se hacen más evidentes y también más cercanos.

El párroco, después de unas cuantas vueltas por pasillos frios, les habla. El confinamiento le evita el contacto con los mortales, pero, para él, las imágenes de su iglesia son su fiel compañía. "Me encaro con los santos y también le hablo a Cristo. A veces, al santísimo le riño y le digo: Señor, ¿qué es todo esto? Ten piedad un poco y sálvanos", relata.

El sacerdote Fernando Villabona, durante una jornada de entrega de alimentos a familias en riesgo de pobreza. PABLO LASAOSA

La iglesia cerró, pero su obra social, no. Una vez al mes, las puertas del templo se abren para entregar alimentos a 55 familias, lo que le permite al sacerdote un poco de contacto con algunos feligreses y voluntarios.

NO HAY VIRUS QUE EVITE AYUDAR 

El pasado 17 de abril, durante la jornada de entrega, su hábito se adornó con una pantalla protectora y unos guantes. Cargaba lo poco que sus 80 años le permitían y, entusiasmado, llenaba formularios y empaquetaba alimentos.

La edad del párroco lo situa entre la población más vulnerable ante el Covid-19. Sin embargo, Villabona considera que no hay virus lo suficientemente grande que evite que él continúe ayudando mes a mes. Asimismo, agradece la colaboración que le ha prestado Protección Civil y ASVONA para hacer frente a la obra social, a pesar de la situación actual.

La parroquia Nuestra Señora del Carmen tiene un programa voluntario muy estructurado. Este se concentra en acoger, valorar, acompañar y dar alimentos a familias en graves situaciones económicas y sociales. Una labor que Villabona dirige desde hace varios años.

A partir de un proceso extenso donde se define el estado económico real de la familia (el compromiso es el de participar en actividades, aparte de la entrega de alimentos, y explicar la necesidad de formarse para el trabajo), se concretan los beneficios.

Elena, de ASVONA, le coloca la careta de protección al padre Fernando Villabona como un protocolo sanitario. PABLO LASAOSA

"La idea es que las familias no solo pidan el alimento, sino que se formen para trabajar", explica el sacerdote. Por lo anterior, tienen dentro de la obra un taller de costura; clases de música; apoyo escolar; un ropero que funciona los miércoles; un taller de informática; el coro parroquial; y un amplio grupo de voluntarios.

Sin embargo, la sorpresiva pandemia ha detenido la mayoría de las actividades en esta iglesia. Ahora, la única ayuda que les permite continuar el estado de alarma es la entrega mensual de alimentos.

"Hemos tenido que seguir ayudando a las familias habituales, además de a unas cuantas que nos vienen con urgencia en estos días", afirma. Añade también que se han estado teniendo los cuidados normales que exige el protocolo sanitario, ya que "se establece un horario, las personas recogen su lote de comida fuera de la parroquia y un voluntario es quien pone en los carritos o bolsas lo que cada uno deba llevar".

Los recursos que obtiene la iglesia para apoyar las actividades de Nuestra Señora del Carmen son variados y algunos vienen de donativos, mientras que otros, como la comida que reparten, proviene de la Fundación Gota de Leche y el Banco de Alimentos. Pero la crisis sanitaria minó los esfuerzos de esta última y, durante el mes de abril, no pudieron entregarle a la parroquia el pedido frecuente.

Los voluntarios de ASVONA colaboran en el reparto de alimentos para las personas que acuden a los locales parroquiales. PABLO LASAOSA

"Hemos utilizado una reserva que teniamos para un mes de escasez en el almacén. Sin embargo, aún no es seguro lo que pueda pasar en la siguiente entrega y si el Banco de Alimentos podrá volver al pedido constante, porque lo que tenemos ya no abastecera a todas las familias que estamos ayudando", expone el cura.

70 AÑOS DE LABOR RELIGIOSA

La vida sacerdotal de Villabona se inició cuando cumplió diez años. Sin posibilidad de decidir, emprendió desde su infancia el camino del sacerdocio. Fue enviado en un tren, solo, por sus padres desde Guerendiáin, en el valle de Ulzama, al seminario de la congregación de las Carmelitas Descalzas.

Durante su ordenación, debió completar los estudios de Filosofía, Historia y Teología. Al ser finalmente ordenado sacerdote, una de sus primeras misiones fue viajar a Oporto (Portugal), donde fue párroco durante 13 años.

"Eran tiempos muy duros en Portugal por las condiciones económicas. La situación obligó a mucha gente a emigrar de allí a otros países de Europa. Yo veía pasar todas las noches trenes inmensos llenos de familias enteras que llevaban todas sus pertenencias, hasta burros", recuerda Villabona.

Tras su época en el país vecino, volvió a España. Esta vez, lo enviaron a Logroño, donde estuvo aproximadamente 14 años. Este fue el último destino que tuvo antes de establecerse en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en Pamplona.

El sacerdote conversa con una de las beneficiarias de la parroquia. PABLO LASAOSA

Este año, cumple los 30 de estar como sacerdote en la Rochapea. "Yo aquí estoy muy contento, me encanta, ya de aquí no me muevo. Si quieren, que me muevan, pero no será mi decisión", afirma el navarro.

LA AVENTURA DE LLEGAR A AMÉRICA LÁTINA

Uno de los valores que más caracteriza a este párroco navarro es la entrega al projimo. Por este motivo, en el 2008 vio en América del Sur una nueva oportunidad de llevar su servicio.

La crisis de dicho año ocasionó que algunos inmigrantes regresaran a sus paises. Entre ellos, una familia ecuatoriana que había establecido una fuerte amistad con el sacerdote. Ellos no se fueron sin antes hacerle prometer que iría a visitarlos.

Así, Villabona esperó al verano e hizo sus maletas. Un país sediento de ayuda lo recibió en agosto y, a partir de ahí, supo que todos los años debía volver. El Coca es la ciudad que lo recibe en cada viaje, un sitio cercano a la selva y a ríos anchos y caudalosos.

"La selva es una bendición, no hay móvil, no hay nada. Ni siquiera hay luz. Todo esto me hace vivir en una serenidad completa. Todos los días caen tormentas tremendas de 15 a 20 minutos, y luego sale el sol y ya está. Doy misa, hago bautizos, casamientos, funerales y, sobre todo, estoy con ellos en medio de todas las carencias que tienen", detalla.

Fernando Villabona conoce a todos los feligreses de su parroquia. Para él, lo más importante es estar con su gente. PABLO LASAOSA

Después de llegar a Quito, la capital del país, tarda cuatro horas de lancha por los ríos inmensos que conectan las ciudades principales con la zona selvática. "Son lanchas de mala muerte, por lo que estás todo el tiempo con miedo a que se voltee", ríe el sacerdote.

Suele quedarse un mes completo en Ecuador. Ahora, espera que esta situación pase pronto para poder volver. Su amor hacia estás tierras es tan fuerte que se plantea que sus huesos queden allí enterrados.

Villabona también confía en que pronto podrá reencontrarse con todos sus feligreses, tanto de Pamplona como de América, y volver a sus habituales horarios de misa y de trabajo.

"Tengo 80 años, eso es una realidad y un peligro por el coronavirus, pero yo confío en Dios. Ahora mismo, echo en falta a la gente, el contacto, pero miedo no tengo; si viene el virus, yo tengo fe y esperanza", concluye.


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