• viernes, 29 de marzo de 2024
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SOCIEDAD

La historia de Conchi y Pamela, donación de madre a hija en Navarra: "Ese sentimiento de que te den la vida dos veces"

Su madre lo supo desde que Pamela era pequeña y aunque ella no se enteró hasta los 23 años, al final tuvo que someterse a un trasplante. 

La tudelana Conchi Yera, a la izquierda, junto a su nieto Iker de 4 años y su hija Pamela, de 35. Una historia de donación en vivo de madre a hija.
La tudelana Conchi Yera, a la izquierda, junto a su nieto Iker de 4 años y su hija Pamela, de 35. Una historia de donación en vivo de madre a hija.

Lo tuvo claro desde el primer día. Ese que amaneció hace 28 años y unos cuantos meses. El mismo que le dijeron que su hija Pamela, de entonces 7, padecía una enfermedad renal.

Médicos de Zaragoza consiguieron encontrar un diagnóstico para la niña. La nefritis llegó tras una infancia de idas y venidas en tiempos en los que Conchi, su madre, ya sospechaba que algo extraño pasaba. "Tuve mellizos y era evidente que el crecimiento no estaba siendo el mismo en el caso de Patxi y en el de Pamela", cuenta esta tudelana de 60 años cuando ya han pasado 35.

Habla así de los inicios de toda su historia. Lo hace mientras avanza que el núcleo de su familia siempre ha estado marcado por la estrechez de los lazos de quienes la componen. Junto a su tercera hija Aída, de ahora 27, y su marido, sus vínculos siempre han seguido los patrones de la fuerza y el amor.

Precisamente esa unión fue la que hizo que Conchi se reafirmarse en la idea de que ella sería la que lo haría. "El día que supe que tal vez algún día Pamela tendría que ser trasplantada de riñón, estuve segura de que yo sería su donante"

La voz de Conchi Yera suena ahora calmada y con cierta pausa. Ocho años después del día en el que tuvieron que someterse ambas a esta intervención, recuerda aquellas 24 horas como las mejores de su vida. "El ser compatibles y poder haber sido la donante de mi hija ha sido lo mejor que me podía haber pasado", recalca. 

Echa la vista atrás con orgullo y ciertamente conmocionada: "Nunca puedo hablar de esto sin llorar". Son dos sentimientos que mueven su testimonio en la línea de la generosidad. Vocalizan el significado de la maternidad. Entonces, prosigue su relato. 

UN SECRETO AL DESCUBIERTO

Pamela tuvo una infancia feliz y apenas se enteró de que había una enfermedad que perseguía su crecimiento. Su madre la cuidó hasta el infinito cada día. Incluso cuando ya era adolescente, Conchi preparó para ella decenas de comidas que trasladó hasta Pamplona durante la época en la que la joven estuvo estudiando en la capital navarra.

"En las comidas era donde tenía que tener más cuidado. Estaba limitada en temas alimenticios y había que seguir unas pautas para que el riñón no sufriese en exceso", explica haciendo alusión a productos de la huerta, las proteínas y el prohibido y deseado chocolate

La sobreprotección de Conchi hacia su hija llegó a límites insospechados. Tanto es así que el hecho de que Pamela pudiese intuir que tal vez algún día tendría que enfrentarse a la diálisis o a un trasplante, fue un pensamiento que tanto sus padres como sus abuelos guardaron en un perfecto y mimado paño de conversaciones secretas.

Con esa posibilidad en el día a día de sus padres y sin que la chica sospechase nada, la joven se casó. Lo hizo a los 23 años y tras resolver sus estudios de Formación Profesional en Pamplona. Volvió a Tudela y comenzó a trabajar. Fueron los deseos de tener familia los que la movieron hasta la consulta de su nefróloga, a quien visitaba a menudo. Ella le explicó que la función de su riñón era tan baja que no existía la posibilidad de quedarse embarazada. "Me plantearon que iba a necesitar un trasplante y tuve que asimilar las cosas", relata Pamela. 

Fue ese el preciso instante en el que se desveló el secreto. En la intimidad de un coche y regresando del hospital, Pamela preguntó a su madre si ella conocía la posibilidad de que un trasplante cambiase su vida. "Mamá, ¿tú lo sabías?", Conchi repite ahora esa frase, marcada en su memoria por la contundente afirmación que tuvo que resolver ante su hija. Pamela jamás se enfadó. 

"QUERÍA SER YO"

Acudieron a las listas de espera, a ver los tipos de diálisis a los que la joven se podría someter y Conchi y el hermano mellizo de la joven se sometieron a las pruebas de compatibilidad para poder donar en vida. Fueron positivas en ambos casos y empezó una ansiada intriga de conocer si, finalmente, el trasplante de riñón se podría llevar a cabo. "Quería ser yo", cuenta la madre.

Estos pasos terminaron en una habitación de la Clínica Universidad de Navarra. Era un espacio amplio y con dos camas. Conchi recuerda cómo se desconectó de la parte del habitáculo en el que se encontraba y empujó la cama hasta rozar al milímetro la de su hija. Esa noche, a falta de horas para que se produjese el intercambio de riñón de madre a hija, fue un ir y devenir de magia que 'se compaginó' con nervios.

Fecha esta imagen de noviembre de 2008, una época difícil para su relación personal puesto que Pamela no estaba segura de querer que su madre se sometiese a una intervención. "Ella lo tenía claro, pero yo no. Me daba miedo que le pudiese pasar algo a mi madre o que el hecho de tener un sólo riñón le pudiese afectar", explica. 

Hubo un razonamiento clave, impulsado por la nefróloga que ha llevado su caso, Paloma Martín (ambas muestran un "tremendo" agradecimiento a su trato médico y personal), que le empujó a decidirse. "Yo podía esperar a tener un órgano de alguna persona fallecida y mis posibilidades de ser la elegida para recibirlo eran muchas, pero entonces me sentí egoísta. Porque ese riñón podía ser para otra persona que no tuviese la opción de recibirlo de un donante en vivo. Y yo la tenía", relata Pamela Rodrigo. 

El legado de su madre ha hecho que su vida dé un giro de 180 grados. Recuerda cómo al día siguiente de que la operación marchase sin problemas, empezó a sentir que el cansancio no se apoderaba de su rutina y de que "comer una chuleta" era un placer del que ella, y desde entonces, también podía disfrutar. Nunca tuvo que someterse al tratamiento de la diálisis.

Las cajas de bombones que llegaron al hospital desaparecieron al mismo ritmo que entraban por la puerta. Pamela saboreó cada uno de los dulces que aparecieron cerca de su cama y Conchi recuerda cómo su hija recuperó todo el peso que había perdido en cuestión de cuatro días. "Nos dimos unas panzadas inmensas de chocolate", ríe. 

Era el feliz momento que conjugaba esa incógnita que perseguía a ambas desde, aunque diferentes, un tiempo de incertidumbre palpable. Para la madre, "un regalo el poder donar a su hija". Para la hija, "el sentimiento especial de que tu madre te dé la vida por segunda vez"

Y ENTONCES LLEGÓ IKER

El "daño colateral" de su historia, dice Conchi entre risas, llegó a los tres años. Pamela había cumplido 30 y sin esperarlo y habiéndoselo quitado de la cabeza desde el día que supo que no podía quedarse embarazada, se percató de que podría existir esa posibilidad. "Me deshice de la idea y la dejé ahí apartada cuando me comunicaron la necesidad del trasplante. Pensé que no quería hacer depender mi felicidad de otra persona y lo asumí. Todo se asume. Aún así, y evidentemente, el hecho de estar embarazada fue una buenísima noticia", sigue Pamela. 
 

El titular fue la llegada de Iker, de ahora 4 años, que es el adorado de la familia y el final de este cuento de generosidad, que no habla de otra cosa que no sea la donación en vida. 

Actualmente, los escasos metros que separan las viviendas de madre e hija los atan su todavía más intensa complicidad. La valentía de una y la positividad de otra han sido claves a la hora de que su historia escriba este final al que le siguen tres puntos suspensivos de esperanza y futuro.

"Ante cualquier dificultad, la actitud del paciente es súper importante y lo tengo comprobado. Yo no soy una persona optimista, pero cuando me han venido las cosas así, me ha salido ser fuerte. No hay que dejarse vencer por las circunstancias", quiere terminar y dejar claro la joven natural de Tudela, de 35 años. 

Por otro lado, el relato de Conchi se cierra con la idea de que "si hubiese tenido tres riñones, hubiese vuelto a donar". "Y ya no a mi hija, sino a cualquiera que lo necesitase". Sus palabras hacen referencia a la necesidad social que existe para tomar conciencia de que la donación de vivo existe.

Es una alternativa. La misma que firma estampas como esta, donde la palabra felicidad se puede conjugar de distintas maneras. Como ese concepto de satisfacción espiritual y física. Y como ese "gracias" que llega en forma de un regalo al que no se le puede poner precio. O sí. Pero es incalculable.


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