• martes, 19 de marzo de 2024
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SOCIEDAD

El cirujano navarro que curaba el cáncer con caldo de víboras

La pandemia ha revelado engaños y falsas creencias en la población, aunque no es algo exclusivo de esta época. En 1776, un cirujano de Pamplona decía curar el cáncer con un caldo en casa.

Una serpiente ARCHIVO
Una serpiente. ARCHIVO

La crisis sanitaria provocada por el Covid-19 ha sacado a la palestra prácticas y falsas creencias entre la población que en algunos casos hacen peligrar la salud de las personas y otras muchas dejan imágenes rocambolescas como las publicadas recientemente en la India en las que muchos ciudadanos se impregnaban el cuerpo con heces de vaca para protegerse frente al coronavirus al tratarse de un animal sagrado.

El cáncer, considerado actualmente como uno de los problemas sociosanitarios más importantes del siglo XXI, aunque se tiene la concepción errónea de que se trata de una enfermedad moderna.

Su historia se remonta muchos siglos atrás y en todo este tiempo, gran cantidad de personas han buscado sacar provecho de la desesperación provocada por la enfermedad.

Uno de ellos pudo ser Ignacio Páramo, un “maestro cirujano y vecino de Pamplona”, cuya existencia quedó registrada al dirigirse a las Cortes buscando la intercesión ante el ataque que recibió por excederse con sus actividades profesionales en la capital navarra hace 225 años.

TRES REALES POR UN TRAGO

Era 1776, una época en la que el acusado aseguraba conseguir la sanación del cáncer con un brebaje de víboras que preparaba en su casa de la calle San Agustín. Y cobraba bien por sus servicios: nada más y nada menos que dos pesetas por visita y tres reales de plata por trago.

Páramo se defendió explicando que él había logrado curar a tantos como habían acudido a su consulta. Bajo su punto de vista, era, precisamente, el resto de médicos, los que no eran capaces de aliviar a los enfermos.

La argumentación extendida del cirujano logró su propósito y las Cortes se dirigieron al virrey para asegurar que por intereses y problemas personales no se dejara de proporcionar a la sociedad cuidados “tan ventajosos para la causa común”.

Según narra Florencio Idoate, exdirector del Archivo General de Navarra en el libro ‘Rincones de la historia de Navarra’, Páramo había curado a un capuchino de Tudela que padecía de una úlcera cancerosa en la cara y había médicos partidarios de este brebaje.

Por lo que recoge Idoate, ocho años después, en 1804, el cirujano seguía pleiteando contra el Protomédico, quien le había fijado una multa de 25 libras ante una denuncia interpuesta por los farmacéuticos, que por aquel entonces tenían los derechos exclusivos de la preparación y venta de medicinas.

No parece que, 225 años después, las cosas o la sociedad hayan cambiado tanto.


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