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SOCIEDAD

El duro 'día a día' de la pamplonesa que se cayó de un camello en Jordania: “No se lo deseo ni a mi peor enemigo”

Blanca Díaz, vecina de la Chantrea, se cayó de espaldas al suelo y se rompió nueve costillas y el esternón, además de sufrir el desplazamiento de cuatro vértebras.

Blanca Díaz en una foto de su viaje a Jordania, antes de que ocurriera el accidente CEDIDA
Blanca Díaz en una foto de su viaje a Jordania, antes de que ocurriera el accidente. CEDIDA

Blanca Díaz García de Amézaga no podía imaginar lo que iba a ocurrir el pasado 3 de junio, y por eso se animó.

Estaba en Jordania, acompañada de su hermana Carmen y de su prima Margarita, disfrutando de un país que, a pesar de todo, recomienda sin dudarlo un segundo, cuando su vida dio un vuelco inesperado.

Aquel día el guía les propuso una excursión con los beduinos al desierto para disfrutar de la puesta de sol. Tanto a ella como al resto del grupo les pareció bien y, de hecho, la experiencia fue tan bonita como les prometieron, según recuerda ella.

El problema vino después, a la vuelta, cuando su camello -por causas que se desconocen- “se encabritó” de tal forma que los esfuerzos de Blanca por asirse a su lomo resultaron en balde.

La pamplonesa cayó entonces de espaldas al suelo y en el impacto se rompió nueve costillas y el esternón, además de sufrir el desplazamiento de cuatro vértebras.

Hoy, dos meses después del accidente, Blanca se recupera de las heridas en su casa de la Chantrea y, aunque “ya ha pasado lo peor”, convive con el dolor a diario.

EL ACCIDENTE

“No recuerdo bien el golpe. Sé que me caí hacia atrás y no podía moverme. Mi hermana me pellizcaba en las piernas y no las notaba. Ahí fue cuando nos temimos lo peor”, rememora la pamplonesa de 66 años.  

Una ambulancia la trasladó inicialmente hasta un hospital militar en Aqaba, una localidad en el desierto. Dos días después la condujeron a un centro sanitario mejor preparado en la capital, Amán, a cuatro horas de distancia.

“Gritaba de dolor, no podía evitarlo. Me subió mucho la fiebre, la tensión… Miraba a mi hermana y le decía: tú vas a volver a Pamplona, pero yo no”, rememora de su tiempo en Amán.

Del viaje entre uno y otro tampoco conserva buen recuerdo. El equipo sanitario no afianzó su camilla lo suficiente, por lo que su hermana Carmen, de rodillas junto a ella, se esforzaba por sujetarla para que esta no se moviera en las curvas. “Imagínate la de baches que había, fue terrible”, explica.

Ese 'accidentado' 3 de junio fue también el cumpleaños de su hijo Peio, que de hecho se ‘olió’ algo extraño cuando su madre no se puso en contacto con él para felicitarle.

Cuando les llegó la noticia tanto él como su tío Jesu, hermano de Blanca, y la mujer de este, Inés, se lanzaron a la búsqueda de una solución que trajera a la pamplonesa de vuelta a casa para practicarle la necesaria operación, ya que el hospital jordano les exigía el pago de 5.000 euros por día de ingreso, y hasta 50.000 euros por la cirugía.

Para lograrlo la familia tuvo que contratar un avión medicalizado en Múnich por valor de 36.000 euros.

Además, cabe señalar que el seguro del viaje contratado solo cubría 10.000 euros.  

Posteriormente la familia recurrió el caso en el juzgado y, tras diversas gestiones, lograron evitar el pago de su estancia allí, llegando incluso a recuperar los 1.000 euros que habían depositado de fianza.

LLEGADA A ESPAÑA

El 10 de junio, una semana después del accidente, la pamplonesa aterrizaba en Noáin tras un vuelo de cinco horas del que tampoco tiene recuerdo. “Vine sedada”, señala.

Una ambulancia esperaba junto a la pista para conducirla hasta el Hospital de Navarra. Durante el trayecto fueron escoltados por la policía, dada la escasa velocidad a la que viajaban.

“No pudieron operarme enseguida porque una de las costillas había perforado un poco el pulmón y hubo que esperar a que se reabsorbiera esa sangre”, explica.

Así, fue ingresada en el Virgen del Camino hasta la fecha de la intervención, que llevaron a cabo los médicos de la Clínica Ubarmin. Allí permaneció durante mes y medio antes de recibir el alta.

“Estando en Ubarmin se me salieron dos tornillos y hubo que volver a operar. Me los volvieron a colocar con cemento, y aprovecharon también para reforzar el resto”, explica.

Ahora, cada vez que se levanta de la cama se ve obligada a utilizar un corsé. “No me puedo agachar. Si se me cae algo al suelo, ahí se queda. ¡Es una impotencia! Además, con este calor estoy asfixiada. Parece que llevo un saco de cemento en la espalda”, dice.

El aseo personal también es complicado, ya que no puede meterse a la ducha con el corsé. “Todas las mañanas mi hermana viene a casa y colocamos un plástico y una toalla sobre la cama. Así, poco a poco me va limpiando”, señala.

Además del corsé, utiliza parches de morfina y analgésicos para combatir el dolor. “No se lo deseo ni a mi peor enemigo”, explica la pamplonesa. Sin embargo, reconoce que la experiencia le ha servido para cerciorarse “de quién está ahí en los peores momentos”. “Apenas me he llevado sorpresas en ese sentido”, sostiene.

Poco a poco se atreve a dar cada vez más paseos por la Chantrea, ya que salir a tomar algo a una terraza le sigue costando, porque sentada se cansa. Tampoco ha cogido ninguna villavesa para subir al centro, porque un frenazo podría ser fatal en su recuperación.; sabe que la recuperación “es un proceso muy lento”.

“Con el corsé me quedan mínimo dos meses todavía, y a las costillas les hace falta bastante tiempo para sanar. Pero siempre he sido muy ‘echada palante’. Esto no me ha quitado las ganas de nada”, añade.


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