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Blog / Cartas al director

Como tocar el cielo

Por La voz de los lectores

Artículo escrito por Tim Pinks al terminar las no fiestas de San Fermín de 2020 después de 36 años ininterrumpidos de acudir desde su Inglaterra natal a los Sanfermines. 

El inglés Tim Pinks, el pasado 14 de julio en la plaza del Ayuntamiento de Pamplona a la hora del pobre de Mí en el año en el que no se celebraron los Sanfermines por la crisis sanitaria del coronavirus. CEDIDA
El inglés Tim Pinks, el pasado 14 de julio en la plaza del Ayuntamiento de Pamplona a la hora del pobre de Mí en el año en el que no se celebraron los Sanfermines por la crisis sanitaria del coronavirus. FOTO: Stephanie Mutsaerts

Sin Fermin 2020… Madre mía, ¿por dónde empezar? Al ser una persona que ha tenido la gran suerte no solo de estar, no solo de participar, sino de sumergirme en las Fiestas de San Fermín treinta y seis años seguidos, este año he vivido una experiencia irreal, surrealista y casi extracorporal. Los Sanfermines están en mi corazón… pero no había Sanfermines. Están en mi cabeza, en mi cuerpo y en mi alma… pero no había Sanfermines. A veces siento como si estuviera flotando sobre la ciudad y observándola… pero este año no había Sanfermines. Más allá de mi interior, claro.

Si lo vemos con perspectiva, por supuesto que las Fiestas se debían cancelar. Ya ha muerto y sigue muriendo demasiada gente en todo el mundo. Y seguirán muriendo. Una gran plaga de visitantes y extranjeros contagiados solo habría empeorado las cosas. Cuando hace unas semanas comenzaba a reabrirse todo, planeé ir a Pamplona, como muchos otros. No para recrear San Fermín, no para creerme que se celebraban… no se celebraban, estaban cancelados y eran invisibles, pero San Fermín seguía en mis sueños… y solo quería pisar mi querida Pamplona durante unos días en las típicas fechas de San Fermín. Unos pocos días solamente.

Al final, varios factores hicieron que no llegara al día 6 de julio: el precio de los vuelos, las dificultades para viajar, la posibilidad, aunque remota, de contagiar no solo a algún desconocido en Pamplona, sino a algún amigo… o a alguien que quiero. Por todo ello y por el hecho de que mi regreso a Londres sería a casa de mi madre. Tiene 91 años y está claro que es población de riesgo.

Además, como ya he dicho, soy el hombre más afortunado del mundo porque Pamplona ha formado parte de mi vida durante treinta y seis años y, si Dios, el jefazo, quería, San Fermín, como su gran portero de discoteca, me lo permitía, y si cruzaba los dedos y seguía empeñándome, seguro que iba a volver allí. Además, antes y durante estos Sinfermines he tenido unos sueños fantásticos relacionados con las Fiestas. ¡Oh, Santo Cielo y Santos Toros, han sido unos sueños increíbles!

Sinceramente, vivir Pamplona en las Fiestas de San Fermín durante estas décadas ha sido, no solo como encontrar el paraíso en el cielo… sino como vivirlo, festejarlo y experimentarlo. Durante nueve días… y lo que parecen noventa y nueve noches. Esa ciudad es el paraíso del particular cielo navarro y dura 204 horas.

Recuerdo la primera vez que pisé la Plaza del Castillo, el 6 de julio de 1984: jamás en la vida había vivido ni oído algo así. El ambiente y la felicidad se palpaban. En esos primeros segundos me sucedió algo que me puso la piel de gallina y que me hizo estremecerme cálidamente por todo el cuerpo. Ahora me gusta fantasear, después de treinta y seis años (y varias noches de sueños) en las Fiestas, con qué pudo ser aquello. ¿Era el capotico de San Fermín envolviéndome y dándome la bienvenida? Sentí el cálido abrazo de una madre a su hijo, en un sentido más adulto y espiritual.

Por cierto, ¿sabéis cuando veis a un niño aupado para besar a un Gigante que se inclina sobre él? ¿O, como suelo ver en San Fermín de Aldapa, cuando se alza a un niño para besar la cara del Santo? Eso es lo que yo sentía este julio sin Sanfermines, porque tenía mis sueños. Me despertaba sintiendo que había tocado el paraíso o que había besado la cara de San Fermín. Me despertaba sobrecogido, con un hormigueo en la piel y sintiendo que flotaba. La verdad, no sé qué significado tenían mis sueños sanfermineros… pero no me sentían tan triste. Estaba triste, por supuesto… pero era como la tristeza que siento en el Pobre de mí. Puede que llore, pero no como hace años, porque he aprendido que -cruzo los dedos, toco madera, busco un trébol de cuatro hojas y todo eso- puedo volver el año que viene. Un día ya no estaré, claro… pero hasta entonces…

2020 ha sido un año que no vamos a olvidar, ¡pero espero que 2021 sea un año que sí que no olvidaremos NUNCA! Y por buenos motivos. San Fermín es LA mejor Fiesta del mundo. Si a eso le sumas todo lo demás y el paraíso en la tierra que es Pamplona, San Fermín y sus Fiestas siempre brillarán por encima de lo demás.

Pero querido lector, ¿sabes qué? Al final… ahí estuve. Mi cabeza me decía que no, pero mi corazón y mi alma, y todo lo demás, decían que sí, y como a una gran fuerza magnética, no me pude resistir. Llegué a Pamplona poco después del mediodía del 14 de julio, y entré en la Plaza del Castillo como si fuera a medio metro del suelo, flotando en el aire tan ligero como vuela una pluma sobre la hierba. Había salido de mi casa, en Londres, hacía menos de veinte horas y ya estaba en mi hogar… en mi hogar pamplonés. Mi centro espiritual. Ya falta nada.

Hoy hace dos semanas disfruté de unas horas maravillosas con amigos, incluido uno de Inglaterra -¡que estaba allí durante semanas y media!-  y al acercarse la medianoche, caminamos hacia la Plaza Consistorial. Sí, yo iba de blanco y rojo, con mi blusón verde puesto. Estar allí me hizo sentir que pisaba el paraíso. No se celebraba el Pobre de mí de siempre… pero era suficiente. Y fue un «suficiente» bonito. Había conseguido llegar a mi lugar predilecto del mundo en una fecha muy especial del calendario y me sentía el Rey del Mundo (y es una sensación increíblemente bonita, creedme).

Una vez pisado el paraíso -sí, queridos Fiesteros, tengo una gran imaginación que no para- las campanas del reloj del ayuntamiento dando la medianoche me hicieron sentir que cabalgaba un unicornio. Mi corazón hacía un vuelco invertido en la montaña rusa de las Fiestas. Vamos a volver, San Fermín; e incluso aquellos que no lleguen, nunca se habrán ido, porque estás en sus corazones.

Es un sentimiento casi imposible de describir. Estaba allí y no estaba allí. El ser Y no ser. Yo sueño mucho y a veces mi padre, que murió en marzo de 2006, aparece en mis sueños… unos sueños muy REALES. Lo veo delante de mí… pero no está delante de mí. Me despierto y ha desaparecido… pero sigue ahí y siempre estará en mi corazón. «Otra sonrisa, papá, solo una pinta más…» Eso es lo que sentí el día 14 en Pamplona. Yo estaba ahí… pero no había Fiestas. Pero en mi corazón… sí. No había San Fermín… pero sí que estaba, igual que siempre está en esa ciudad, haya Fiestas o no. Esa es su magia, su milagro, igual que el de Papá Noel.

Hace unas semanas era 14 de julio y lo único positivo que le veo es que esa noche no terminaban las Fiestas, porque no habían empezado el día 6. Pero eso sí: con las campanadas de medianoche, volvía a empezar la cuenta atrás y el reloj nos acercaba a los Sanfermines de 2021. Y brindo por eso, Pamplona y tus Pamploneses: Gora San Fermín! ¡Viva! Ya falta menos… 


 

Artículo escrito por Tim Pinks al terminar las no fiestas de San Fermín de 2020 después de 36 años ininterrumpidos de acudir desde su Inglaterra natal a los Sanfermines. 

Texto original en inglés traducido por Iosune Ojer Torres.

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