• jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 17:03
 
 

LITERATURA

El escritor navarro Borja Monreal, sobre la tragedia de de los refugiados: "Nos hemos blindado frente al dolor ajeno"

La nueva novela del autor pamplonés narra la historia de una joven refugiada de guerra de este país africano y la historia de su familia. 

El escritor navarro Borja Monreal en Angola.
El escritor navarro Borja Monreal en Angola.

El periodista y escritor navarro Borja Morneal Gainza (Pamplona, 1984) es un auténtico apasionado de África, especialmente de Angola, país en el que ha vivido durante años y que protagoniza su última novela. Titulada El sueño eterno de Kianda, narra la historia de una joven refugiada de guerra que vive en Londres desde niña y que decide buscar sus orígenes regresando a su país natal.

Allí tendrá que enfrentarse a uno de los episodios más sangrientos de la historia de su país y su familia, primero por la lucha por la independencia a partir de 1961 y los acontecimientos ocurridos en 1977, durante la guerra civil. La novela, narrada en forma de thriller histórico, intercala la historia de la protagonista con los cuadernos de su padre escritos durante la contienda.

Publicada por la editorial Salto de Página, ha sido galardonada con el premio Benítez Armas de Novela en 2016 y está basada en historias reales que recogió el autor.

¿Qué le llevó a Angola?

La curiosidad y la necesidad de abrazar una causa que diera más sentido a mi vida. África me parecía entonces el lugar perfecto donde ser y sentirme útil. No me equivoqué: Angola fue el mayor proceso de aprendizaje de mi vida.

¿Cuál fue el detonante de esta novela?

El 27 de Mayo de 2009 yo andaba con mi moto por Luanda y pasé frente a la fachada del cementerio de las Cruces, allí estaban borrando una pintada que decía: “Aquí están las víctimas del 27 de Mayo”. Yo creía que conocía la historia de Angola, pero esa fecha no me decía nada. Así que empecé a investigar y me di cuenta de que un episodio crucial de la historia de Angola había desaparecido de ella. Así que decidí contarla. Más tarde descubrí que había sido una de las páginas más oscuras de la historia de Angola.

La tragedia que sufrió Angola tras la descolonización es mucho menos conocida que otros sangrientos capítulos de la historia del continente africano, como puede ser el de Ruanda. ¿A qué cree que responde este olvido?

Lo primero es a las magnitudes. Lo segundo a la culpa: en 1977 las intervenciones estaban justificadas en base a la lógica de la guerra fría y todo lo que pasaba se podía justificar en base a un mundo bipolar en el que todo valía con tal de acabar con el otro. Ruanda, sin embargo, fue el fracaso más absoluto de un sistema internacional que había prometido que esto no podía volver a pasar. En 1977 se podía fácilmente mirar a otro lado. Ahora es más difícil hacerlo.

¿Sucede lo mismo dentro de las fronteras angoleñas? ¿Es un tema tabú?

Cada vez menos. La gente ya empieza a hablar de todo. Poco a poco ha habido gente que ha ido abriendo brechas que han permitido a la gente ser un poco más libre. El 27 de Mayo, concretamente, es algo de lo que se habla muy poco y siempre en petit comité. Las autoridades siguen sin reconocer los hechos y las víctimas no han tenido acceso a ningún tipo de resarcimiento.

La novela habla también de los silencios y el diálogo madre e hija. ¿Cómo se superan esas barreras?

Yo creo que hay un momento en nuestras vidas en el que nos damos cuenta de que no sabemos nada de nuestros padres. Hemos pasado mucho tiempo con ellos pero no nos hemos preguntado de dónde vienen, qué hicieron cuando eran jóvenes, en definitiva, cuál es su historia. Por eso considero que el diálogo intergeneracional es clave. La historia es generalmente cíclica y aunque nos creemos que lo sabemos todo, es fundamental escuchar a las generaciones anteriores para no cometer los errores del pasado. En cambio, vamos de cabeza al abismo una y otra vez, como si no supiéramos lo que hay ahí dentro.

Al conocer la historia de Kianda y su familia lleva a pensar en el actual drama de los refugiados sirios, por ejemplo. ¿Se repiten los mismos patrones?

El paralelismo es claro, pero con una diferencia fundamental. Kianda, la protagonista, pudo salir del país y llegar a un país de acogida. Ahora nunca lo conseguiría. Nos hemos blindado frente al dolor ajeno: ya no empatizamos con ellos y, por consiguiente, hemos dejado que nuestros gobernantes nos convenzan de que lo mejor es no dejarles pasar. O lo que es lo mismo: dejarles morir, ya sea en el viaje, en el mediterráneo o donde sea.

Kianda ha vivido en el exilio desde niña. ¿El sentimiento de desarraigo es inevitable?

El migrante combate el desarraigo de dos maneras, simplificando: asimilándose lo más posible a la cultura de acogida o buscando referencias a la cultura de origen. La búsqueda de identidad de un refugiado es otro viaje fundamental para reencontrarse a uno mismo en una sociedad que te es hostil y en la que no te reconoces. Pero desde luego, en un lugar donde no se te acepta, lo normal es buscar referencias frente al otro, reforzarte en la diferencia. Y de eso no sale nada bueno…

La novela tiene detrás una importante labor documental. ¿Cuál ha sido el desafío?

Conseguir la historia de todas las partes. Encontrar víctimas y verdugos. Entender sus relaciones entonces y las actuales. Conseguir que la gente te contase una historia que querían olvidar. Y luego ser fiel a todas ellas en una novela, ficcionando una realidad extremadamente compleja en la que los sentimientos están dentro de toda la gama de grises.

Muchos angoleños han compartido con usted sus historias. ¿Fue complicado?

Las primeras veces fue difícil, pero poco a poco, después de más de 5 años de documentación, de conocer a unos y a otros, poco a poco vas generando la confianza para que se abran. Para muchos era una especie de expiación y te contaban todo como si un torrente quisiera salir de tu cuerpo. Otros en cambio lo hablaban con naturalidad. El reto es llegar a la conversación de una manera casi natural, sin forzarla, y eso exige tiempo y empatía. Que sólo se consigue con más tiempo.

¿Qué testimonios le impactaron más?

Muchísimos… la conversación más dura fue la de uno de los verdugos. Una conversación sobre cómo había permitido que pasara lo que pasó. Como había formado parte de algo que había sido aberrante. La culpa es el sentimiento más doloroso, porque no tiene cura y depende de uno mismo. Escucharla fue durísimo. Recuerdo sentir nauseas después de más de tres horas de conversación.

¿Ha elegido narrar una historia coral para poder mostrar este abanico de perspectivas?

Mi creencia más firme es el pensamiento crítico. Y para ello no se puede contar una historia desde un único punto de vista. Hay que buscar diferentes formas de entender una misma realidad para poder crearte una verdad, una realidad, que al menos contemple la visión del otro. Esto es lo que hemos perdido hoy en día, la capacidad de mirar el mundo desde diferentes prismas. Lo vemos todo en dos dimensiones que magnifican y proyectan únicamente nuestra visión del mundo. 


  • Los comentarios que falten el respeto y que no se ciñan al tema de la noticia, podrán ser eliminados.
  • Cada usuario será el único responsable de sus comentarios.
El escritor navarro Borja Monreal, sobre la tragedia de de los refugiados: "Nos hemos blindado frente al dolor ajeno"