• jueves, 28 de marzo de 2024
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FERIA DE SAN ISIDRO

Peligrosa e imposible corrida de Saltillo para tres "milicianos" sin suerte

Alberto Aguilar saludó la única ovación, mientras que a José Carlos Venegas le tocaron los tres avisos en su primero.

El diestro José Carlos Venegas entra a matar a su primero. EFE. FERNADO ALVARADO
El diestro José Carlos Venegas entra a matar a su primero. EFE. FERNADO ALVARADO

FICHA DEL FESTEJO

Seis toros de Saltillo, bien presentados, mansos de solemnidad y con peligro, especialmente el bronco tercero y, sobre todo, el "pregonao" cuarto, condenado a banderillas negras. El segundo fue el único que ofreció unas mínimas posibilidades por el izquierdo.

Sánchez Vara, de verde esperanza y oro: estocada tendida y atravesada (silencio); y estocada atravesada y caída (palmas).

Alberto Aguilar, de nazareno y oro: tres pinchazos y casi entera desprendida y atravesada (silencio tras dos avisos); y pinchazo, casi entera perpendicular y descabello (ovación).

José Carlos Venegas, de blanco y oro: pinchazo hondo que acaba tragándose, otro pinchazo, estocada tendida y contraria, descabello y suena el tercer el aviso, por lo que el toro fue devuelto a los corrales (palmas de consolación tras tres avisos); y dos pinchazos y estocada (silencio).

En cuadrillas, David Adalid se desmonteró tras clavar cuatro soberbios pares al tercero, y volvió a saludar por destacar nuevamente con "los palos" en el sexto; y César del Puerto bregó con eficacia y sobre las piernas al quinto.

La plaza registró dos tercios de entrada en tarde primaveral.

UNA DE TERROR

Ni el mismísimo Hitchcock hubiera guionizado mejor la tarde a como lo hizo el ganadero Moreno Silva, que este martes, más que lidiar una corrida de toros, filmó "una de terror" en Las Ventas.

Y ya se sabe que ese "cine", de culto para algunos, tiene sus partidarios, los mismos que presumen de exigencia, dureza y, algo aun peor, de afición, aquellos que castigan sin compasión con su incómoda verborrea a los de luces tarde tras tarde, o los que se muestran discordantes con el noventa y nueve por ciento de las ganaderías de la cabaña de bravo.

Pero este martes, ni mu. Ni una sola protesta ni un solo gesto de aliento para los que estaban pasando las de Caín con una corrida mala sin paliativos, peligrosa de verdad, imposible tanto para la lidia moderna como para la antigua, con varios toros que parecían estar "curraos", en especial el cuarto, condenado a banderillas negras por su descarada y excelsa mansedumbre.

¿Dónde estuvo la bravura, la casta que tanto defienden a capa de espada? Porque los seis astados fueron mansos hasta decir basta. Ni un sola pelea en varas, todo lo contrario, la rehuían, igual que los capotes que salían en su paso.

Las cuadrillas pasaron también "paquete" con "los palos", con la única excepción de David Adalid, que clavó varios pares soberbios, y los matadores tuvieron que cambiar el traje de luces por el de miliciano para tratar de librar una contienda ya perdida de antemano.

De los tres, Alberto Aguilar fue el que salió más airoso. A su primero, muy deslucido a pesar de esconder una micra de posibilidad por el izquierdo, le hicieron perrerías durante la lidia, especialmente en un infame tercio de varas.

No hubo sintonía, ni ritmo ni, evidentemente, continuidad en la labor del madrileño, que, en su haber, logró algunos naturales aislados de buena ejecución a base de ganarle la acción al manso.

Al quinto lo bregó extraordinariamente bien sobre las piernas César del Puerto. El toro, muy a su aire, hizo hilo en banderillas y embistió como un obús en la muleta de Aguilar, que, en plan batallador, le plantó cara en un emocionante y sincero toma y daca.

El peor parado, por su parte, fue José Carlos Venegas, que se dejó vivo al tercero, un auténtico barrabás por manso y bronco, que le obligó además a recorrer mucha plaza persiguiéndole por su nula intención a colaborar, y con el que todo intento fue vano. Y para ahondar en su desgracia fue prácticamente imposible montarle la espada, dando tiempo a que sonaran los tres avisos.

El sexto fue igualmente bruto y deslucido, y Venegas volvió a probar el trago amargo de la hiel ganadera.

Sánchez Vara, que pasó de puntillas con el insulso primero, no le quedó otra que abreviar con el cuarto, un manso de solemnidad al que fue inviable meterle las cuerdas en el caballo por lo que fue condenado a banderillas negras, el mismo color que la tarde, qué tarde.


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Peligrosa e imposible corrida de Saltillo para tres "milicianos" sin suerte