La madurez y el buen poso lidiador ayudaron al madrileño a salir con sendas ovaciones tras la cogida de López Simón
Seis toros de Vellosino, desiguales de cuajo, todos con alzada y astifinos de cuerna y de juego descastado y deslucido en su mayoría, aunque con algún ejemplar manejable.
Uceda Leal: estocada desprendida (silencio); estocada delantera (silencio).
Eugenio de Mora: dos pinchazos y estocada desprendida (silencio); pinchazo, estocada trasera tendida y dos descabellos (silencio).
Gonzalo Caballero, que tomaba la alternativa y sustituía a López Simón: pinchazo, estocada caída y descabello (ovación tras aviso); pinchazo y estocada delantera desprendida (ovación tras aviso).
Caballero tomó la alternativa con el toro "Cerillero II", nº 119, colorado ojo de perdiz, de 513 kilos.
Entre las cuadrillas, destacó picando al quinto Alvaro Rodríguez, y Diego Ramón Jiménez y Curro Robles saludaron en banderillas.
Tercer festejo de abono de la Feria de Otoño, con tres cuartos de entrada en los tendidos.
MADUREZ Y OFICIO
A menos de veinticuatro horas vista, una vez que el anunciado López Simón caía en la segunda feria, los empresarios le propusieron a bocajarro a Gonzalo Caballero tomar la alternativa nada menos que en la plaza de Las Ventas, sustituyendo al compañero herido.
Sin tiempo apenas para asimilarlo o para sopesar mínimamente la que siempre supone una de las más importantes decisiones en la carrera de un torero, el novillero madrileño aceptó el reto sin más objetivo que aprovechar la ocasión de relanzar su carrera en un cara y cruz en el que tenía mucho más que perder que ganar.
Y, aunque sin un triunfo rotundo, Caballero logró salir airoso de un trance que tuvo más de encerrona que de verdadera oportunidad, en tanto que la desrazada e insulsa corrida de Vellosino no ofreció claras oportunidades de triunfo.
Su lote tuvo, al menos, una bonancible nobleza dentro de ese escaso fondo de bravura, pero la experiencia de tres años en el escalafón de novilleros, con una buen aprendizaje del oficio, llevaron al nuevo matador de toros a administrar y a lidiar con muy buen sentido a los dos de su lote e incluso sacarles más provecho del imaginado.
El toro del doctorado, que estaba a dos meses de cumplir los seis años, manseó de salida pero "se dejó" sin clase en la muleta, favorecido su juego por la inteligente forma en que Caballero le estructuró la faena, con reposo tanto al torear como a la hora de darle pausas y respiros.
Esa misma madurez lidiadora, y una gran claridad de ideas, mostró Caballero ante el sexto, al que recibió con unas embraguetadas verónicas de sabor añejo, con el capote recogido en corto y con buen temple en los vuelos de la tela.
Así fue como aprovechó también la insulsa nobleza del animal frente a la muleta, antes de que, ya desfondado, le obligara a meterse en terrenos de cercanías para apurar lo poco de raza que le quedaba.
Pero, como le pasó con el de la alternativa, falló con la espada y perdió una recompensa mayor que las dos ovaciones que escuchó finalmente.
Uceda Leal se encontró dos toros de nulo lucimiento, el primero por afligido de riñones y el cuarto por rajado y protestón, con los que no pasó de aseado.
Por su parte, Eugenio de Mora le puso determinación tanto al tercero como al quinto de la tarde, que no quisieron emplearse ante los engaños. El veterano diestro toledano hizo valer su sobrado oficio para que ambos se movieran tras la muleta en varias series de pases hasta que los animales se desfondaran o se rajaron definitivamente.
