• jueves, 28 de marzo de 2024
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LITERATURA

El escritor y pedagogo argentino Carlos Skliar, en Pamplona: "Creo más en la radio de madrugada que en Facebook"

El autor de Buenos Aires ha presentado su ensayo "Escribir, tan solos" en el Foro de la librería Auzolan de la capital navarra.

El escritor y pedagogo argentino Carlos Skliar, autor de Escribir, tan solos.
El autor y pedagogo argentino Carlos Skliar. CEDIDA

Soledad. Una palabra que encierra tanto y es tan distinta según quien la vive. Para algunos, tristeza o desesperación; para otros, libertad o paz; y para los escritores, esa habitación propia necesaria, aunque con resultados diversos. El autor y pedagogo argentino Carlos Skliar (Buenos Aires, 1960) ha querido mirar a la soledad a los ojos en su nueva obra de ensayo,  Escribir, tan solos, que abre la colección de este género en la editorial Mármara.

Pero no ha querido hacerlo solo desde su mirada, a través de una ecléctica selección de autores. Así, en los distintos ensayos que forman el libro, aparecen emparejados Coetzee y Nooteboom; Marai, Zweig y Buzzati; Lispector, Duras y Leyshon, entre otros escritores. Con un palpable aliento poético, Skliar construye una singular biblioteca de soledades que, aunque suene paradójico, acompañan al lector en esa conversación silenciosa que es la lectura.

Esta semana, Skliar ha visitado el Foro de la librería Auzolan, en Pamplona, donde presentó sus dos obras anteriores. Le recibió un nutrido grupo de lectores llenos de preguntas. La próxima semana volverá a la capital navarra.

Tras un libro reflexionando sobre la soledad, ¿ya sabe qué es?

La soledad tiene miles de rostros y esa fue mi intención, no simplificarlo ni banalizarno. En general, hay dos tendencias muy marcadas. De un lado, lo enfermizo, y del otro, la virtud, su forma más creativa. Yo parto de estas dos ideas básicas y busco en la literatura, no en otro sitio en este caso, otras posibles ideas de la soledad, de tal manera que mi pregunta se transforma. Ya no sería qué es la soledad sino qué hay en ella. Entonces surge una descripción narrativa de muchos matices.

¿Cómo ha elegido y agrupado los autores?

He estado trabajando 4 o 5 años en este libro, pero tal vez, toda la vida... En primer lugar, yo no fui a buscar una biblioteca de la soledad, sino que estaba en mi casa. La perplejidad me vino un día que, luego de una cuarta o quinta reseña de un libro que había hecho para Revista de Letras, de Barcelona, me di cuenta que lo único que miraba en los libros eran los personajes solitarios. Estaba obsesionado. Quizá es inevitable, no hay otra cosa que estos personajes, pero miraba yo con una mirilla muy particular. Nunca pensé escribir sobre la soledad.

¿Y qué pasó?

Mucha gente ha leído a estos autores y quizá lo que yo he hecho es hilvanar algo, que por el momento no se ha hecho, que es juntar autores, no por su filiación literaria, ni por su relación con el lenguaje o la época, sino porque sus figuras de soledad convergen.

Aparecen juntos, por ejemplo, Cortázar y Pamuk...

Sí, Cortázar, Pamuk y Boñalo. Como lector - ahí está la clave, soy lector en este libro - he encontrado pasajes en los tres que me permiten unir un tema de la soledad. Es una imagen que encuentras casi por casualidad. Yo bajé mi biblioteca al escritorio.

Y en este proceso creativo, que también ha llevado solo, ¿ha encontrado algo que le ha sorprendido?

Sí, dos cosas. Una es cómo en muchos autores la soledad se vuelve una absoluta necesidad, una condición para escribir. Me sorprende cómo en muchos casos se ha deslizado al encierro tal que luego no han podido elegir. Es decir, una suerte de elección de la soledad que luego se les ha vuelto en contra. Hay un capítulo destinado a aquellos que no lo han podido soportar y he tenido mucho cuidado de no caer en la trampa de la fascinación por el suicidio. No quería emparentar la soledad ni con la enfermedad ni con el suicidio, pero admito que en muchas experiencias, la soledad elegida, se transforma en un aislamiento difícil de sostener.

¿Y la otra?

Buscar la soledad de la infancia y de la vejez y encontrarme con cosas muy parecidas: una soledad infantil, que se despliega hacia delante, de lo que ocurrirá, del asombro, del qué será de mí. Y en la vejez, replegada hacia atrás. Se parecen muchísimo. Tienen un apego al instante que los convierten a ambos en experiencia poética.

¿Qué le ha permitido mirar desde los ojos de un niño? Además, a través de autores como Némirovsky o Víctor Hugo...

Como tengo una formación autodidacta en filosofía, para mí la infancia no es la niñez, sino una experiencia particular con el tiempo. Solo la infancia te permite vivir la intensidad de la vida sin la preocupación por lo adulto, por la utilidad, por el provecho o por el consumo. En ese sentido, en la literatura no se trata tanto de recordar la infancia sino madurar hacia ella.

¿Y eso ahora mismo no es complicado?

Es imposible (sonríe), pero es una forma de rebeldía. De las pocas rebeliones que nos quedan es sostener la infancia como tiempo liberado de los encargos de la vida adulta. Hay niñez sin infancia. Y como pedagogo diría que no hay otra cosa que devolverle la infancia a los niños. Es un desafío singular para todo el mundo. Creo que hay formas que se pueden desplegar hacia delante.

Marco lo imposible, pero a mí me parece un ideal humanista dentro de un mundo deshumanizado. Hay que hacer cosas porque sí, para nada, el elogio a lo inútil es el gran desafío. ¿Por qué escribo? Porque sí. ¿Por qué se lee? Para nada. Defender esa razón irracional es lo único que la sostendrá fuera del alcance del mercado.

¿Hay muchos mitos sobre la soledad?

Claro, en una época de hiperconectividad, la soledad pasa a ser el tópico del excluido, del vulnerable, del que preocupa y tiene que encontrar compañía a toda cosa. Hay industria de la soledad, management, coaching... Al contrario, yo quiero resguardarla. Por momento, yo entiendo que hay un virtuosismo de la soledad, sin olvidarme del padecimiento. Tengo un profundo respeto por la gente sola, que elige guardar silencio y prefiere escuchar. Entiendo que están y me identifico con ellos.

¿La compañía ahora no es también algo 'virtual'?

En el mal sentido, sí. La red no es ninguna comunidad, sino un conjunto de individualidades aullando, gritando, expresando su angustia existencia, esperando casi desesperadamente un 'like' para sostenerse. Y esto disimula la virtud de la soledad, que no necesita complacencia, sino una mano en el hombro. Creo mucho más en la radio de madrugada que en Facebook y Twitter. Creo en las viejas formas.

¿Qué sucede en Facebook? 

No es un lugar para escuchar, sino para producir, por lo tanto se pierde la posibilidad de decir: "Apago esto y me voy a escuchar". En otra época, un amigo te ponía la mano en el hombro y te decía: "Por aquí la cosa no va". Te decía que 'no' porque te quería. Es fundamental. En las redes hay una grieta con la gente que te dice que sí. Yo un día propuse que, frente a expresiones poéticas, no se pongan emoticonos como respuesta. No es justo. Para la conversación real se necesita la presencia.

Y en la escritura hay una vocación comunicativa, para que alguien lo lea...

Comunicativa y conversadora, sí, pero no productiva. No estás buscando la inmediatez sino un eco que no sabes hacia dónde va, si existe... He tenido la suerte últimamente de sentir ese eco. Hay una comunidad de lectores, y es un eco muy bonito, que acompaño. No es de divinidad, ni de altura. Por eso gusta mucho venir, estar en las librerías. 


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